Llevo unos días viviendo una serie de acontecimientos que me han hecho replantear muchas cosas. En mi visita semestral al dentista (la salud de mis dientes está reñida con mi cuenta de ahorro) descubrí la causa de mis dolores de cabeza. Resulta que por la noches cuando se supone que debo dormir relajada, mis mandíbulas se cierran cual tiburón sobre su presa y, a parte de no dejarme descansar y provocarme las migrañas más terribles del universo, me destrozan las muelas!
Diagnóstico: tres caries, me tienen que quitar el poco juicio que me queda y tengo que hacerme una prótesis llamada “férula de descarga” o lo que es lo mismo, una especie de dentadura de boxeador para evitar que me rompa todos los dientes… En resumen, un pastón descomunal!
A parte de esto, mi espalda está tan contracturada que ningún fisio se atreve a tocarme. Tengo las cervicales tan llenas de bultos que parecen un rosario y me producen mareos y dolores hasta en lugares cuya existencia desconocía. Así que opté por acudir a un osteópata a ver si podía hacer algo por mi o me tiraba directamente al container de materia orgánica.
Nunca había visitado a un osteópata y sinceramente me parecía algo que se había puesto de moda como el Pilates y el Feng Shui, pero no perdía nada por probarlo y me lo había recomendado una de mis mejores amigas. Entré en la consulta y sin darme cuenta empecé a explicarle mi ristra de dolores sin que me preguntara… me paró con un gesto de la mano y me dijo con una sonrisa: “Túmbate en la camilla y déjame que yo te pregunte”. Me quedé tan perpleja que no pude más que obedecerle, me dijo que a través del oído detecta dónde y qué provoca el dolor y las claves para sanarlo.
A medida que iba explorando mi oído derecho me iba preguntando con el tono de voz más relajante que he escuchado nunca por mi historial de enfermedades y mis hábitos de alimentación. De repente empezó a describirme los síntomas que tengo sin que yo le contara para rematar diciendo “tienes tantas tensiones acumuladas que eres una olla exprés, debes liberarlas”… Antes de darme opción a pronunciar palabra, oprimió un punto en mi oído que anegó mis ojos de lágrimas y me hizo llorar igual que Luna cuando se da un golpe definido por ella como“enormaco” (nota mental: no dejarla ver más “Muchachada Nui”)
Cuando terminé de hipar y sonarme los mocos… el diagnóstico fue claro y conciso: “Te han curado el cáncer pero te han dejado hecha un lío por dentro tanto a nivel emocional como físico” y me contó el plan de acción, esperanzador, pero de largo recorrido.
El primer paso es liberar tensiones a toda costa y en cualquier momento que me lo pida el cuerpo que por cierto, me ha recomendado que debo escuchar más y hacerle caso a menudo.
Os iré relatando mis avances "liberadores" pero adelantaré que, mientras estaba en la camilla relajada, me hizo crujir el cuello a traición como quién casca una nuez… debo reconocer que al principio me acojoné, pero la sensación de opresión que tenían mis cervicales disminuyó en gran medida… ¡así que esto promete!
Encontraremos un camino o bien lo construiremos – Anibal