El espejo de mi Alma

25/12/09

Cuento de Navidad

No os asustéis, no voy a entrar en juicios de valor acerca de lo que debe o no hacerse por estas fiestas. Soy de la opinión del vive y deja vivir (con la premisa de que tu libertad termina dónde empieza la mía) y que cada uno se manifieste cómo más le apetezca consumistas, religiosos, ateos… en estos casos, siempre viene a mi mente la canción de Serrat “Fiesta”. Este post simplemente es porque me apetece escribir mis sensaciones con respecto a la Navidad.


Hace unos ocho años yo era la reencarnación más fiel del personaje de Dickens en “Cuento de Navidad”. Me levantaba de mal humor, y me pasaba las fiestas en pijama con cara de perro y gruñendo a cualquiera que se me acercara pandereta en ristre cantando villancicos. Nunca me había planteado cuál era el motivo que me convertía en un ser huraño…


Pero, de repente una Navidad, me desperté contenta y feliz. Yo no me había dado cuenta hasta que mi hermano me preguntó acerca de mi cambio de actitud y de repente lo vi todo con una claridad meridiana.


Siempre he tenido muchos sueños e ilusiones, cuando era niña me encantaba adornar el árbol de Navidad que íbamos a comprar con mi padre en el Mercat de Santa Llúcia, montaba el belén con mi madre y mi hermano cerca de la estufa mientras sonaban villancicos en la radio. Disfrutaba de la nieve, que en aquellos años aún caía en Barcelona, debajo de las miles de capas de ropa que mi madre nos había encasquetado, ¡eso sí era frío auténtico!… Nos portábamos bien gracias al cuento que se inventó mi madre con una estrella del cielo que siempre brilla y que era dónde vivían los Reyes, íbamos a la cabalgata de Reyes en los hombros de mi abuelo y preparábamos la mesita con el turrón y el vino dulce para los Reyes y el pan duro y el agua para los camellos, era la noche del año en la que antes nos acostábamos y a las seis de la mañana ya estábamos levantándonos a hurtadillas para ver si habían pasado los Reyes. Pero lo mejor de todo es que nos reuníamos toda la familia alrededor de la mesa…


…A medida que fui creciendo, las ilusiones y los sueños navideños fueron muriendo uno detrás de otro. Cambiamos el abeto natural por uno de plástico, el belén era cada vez más pequeño (como si hubiera vivido una ERE). Dejó de nevar y de hacer ese frío que te permitía simular que fumabas al congelar tu aliento. Descubrimos que los Reyes son los padres y que la estrella que nos decía mi madre era un planeta. Pero para mi lo peor de todo fue ver como, Navidad tras Navidad, en la mesa poníamos un plato menos… cuando murió mi abuelo dejamos de ir a la cabalgata y a medida que mi familia fue menguando, mi alegría navideña se convirtió en tristeza y rabia…


Pero va a hacer siete años que nació mi ahijada Luna y, desde entonces mi vida cambió radicalmente y aquellos sueños e ilusiones que creía olvidadas volvieron a invadirme. Me encanta pasear con ella por los mercados navideños seleccionando bolas nuevas para el árbol, cantar villancicos con el gorro de Papá Noel puesto, preparar la carta a los Reyes, jugar a guerras de cosquillas y sobre todo ver esa carilla que se le pone cuando descubre que ha sido muy buena y le han traído lo que pedía…. Son tantas cosas que no tengo palabras suficientes para poder describíroslo.


¡Te quiero, Luna!

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