Era una fría mañana de invierno cuando la nueva Hada del bosque, Grinza, iluminó el día con su nacimiento. Todos los habitantes del Bosque Mágico estaban exultantes de alegría puesto que era un acontecimiento muy esperado ya que Madre Naturaleza había perdido anteriormente a su primogénita.
Todo el mundo quería sostenerla en sus brazos y aspirar ese increíble olor a vida que la envolvía. Madre Naturaleza la mecía dulcemente en su regazo mientras le susurraba al oído lo especial que era y lo mucho que la quería.
Rodeada de amor y cariño fueron transcurriendo los primeros años de Grinza. Sus abuelos, grandes Cuentacuentos del lugar, vertieron en ella la sabiduría popular y la hicieron brillar con esa increíble luz que da el cariño verdadero.
Pero pronto, tuvo que abandonar la seguridad de su casa para seguir su formación en la Escuela Árbol para jóvenes hadas y magos. Allí empezó a descubrir que no todo es felicidad y que, a veces, ser diferente es difícil…
Todas sus compañeras eran menuditas y morenas puesto que la mayoría eran ninfas de la Montaña pero Grinza era alta, rubia y extremadamente blanca ya que había nacido bajo el elemento Agua. Esa diferencia hacía que a su paso se oyeran risitas burlonas y comentarios jocosos que hicieron ensombrecer su alegría, no entendía porqué sus compañeros le hacían el vacío de aquella manera.
Su único consuelo en esos momentos de tristeza y soledad era encerrarse en sus estudios. De este modo, consiguió ser una alumna aventajada dominando el arte de la lectura y la escritura a una edad asombrosamente temprana. Esta circunstancia no hizo sino aumentar las burlas y el rechazo por parte del resto de sus compañeros.
En el corazón de Grinza una grieta empezó a quebrar su luz que ya no brillaba con el esplendor de los primeros años. Fueron tiempos difíciles y duros en los que sólo contaba con el apoyo de su querido hermano el Mago Radagast que se convirtió en su particular paladín.
Transcurrieron los años y Grinza fue creciendo y aprendió a protegerse de la tristeza que sentía por la crueldad del mundo vistiendo una coraza que la hacía fuerte a los ojos de los demás.
Visitaba a menudo el Gran Lago Salado ya que debido al signo que la dominaba necesitaba contacto con el líquido elemento prácticamente a diario. Solía sentarse a su orilla y relajar su mente con el rumor de las olas, era una experiencia catártica para Grinza que volvía al Bosque Mágico con energía renovada.
Una mañana cálida de verano se encontró en uno de sus acostumbrados paseos con un poderoso Dragón Rojo que la saludó con una reverencia. Grinza, nunca había visto de cerca una criatura tan majestuosa y, a pesar de todas las advertencias que había recibido, no sintió miedo ante su presencia.
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